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Prescencia Nuevo León atardecer amarillo

Un espectáculo que dejó pasmados a aquellos que desafiaban aquel aguacero de mayo y que se convirtió en tema de conversación y tópico de moda en las cada vez más concurridas redes sociales.

México

Monterrey.- La lluvia es poesía... Un rayo también... Al igual que un niño, una flor, una madre, una estrella... La vida misma es una interminable poesía de la que muchos nunca apreciamos, a menos que la naturaleza de pronto nos brinde alguna de sus tantas maravillas.

Anochecía en Monterrey el martes 14 de mayo, mes que nuestros abuelos conocían por llovedor, pero que sus nietos se encargaron de convertir, con sus acciones y omisiones, en seco, contaminado, ruidoso, áspero, y bipolar... Sabíase la fama de estas tierras que en un día podían desfilar las cuatro estaciones del año, conocíase también las dichas y las tristezas de los regiomontanos, por un amor, por un equipo de futbol, pero de lo que no había mucha referencia es que después de anochecer, inmediatamente el sol volviera a iluminar el paisaje...

Una cámara montada en el vehículo en movimiento permitió captar, en toma corrida, el singular fenomeno. En cuatro pantallas, se capta, con cuatro minutos de diferencia entre cada imagen, cómo fue la espectacular metamorfosis de ese ocaso. Fueron 16 minutos en que la noche surgió dos veces... Entre las 8 con ocho minutos y las ocho con veinticuatro, el cielo se fue de la oscuridad anticipada por los espesos nubarrones de la tormenta, al resplandor entre amarillo y naranja, y nuevamente a una negrura que era rasgada de pronto por los rayos.

Un espectáculo que dejó pasmados a aquellos que desafiaban aquel aguacero de mayo y que se convirtió en tema de conversación y tópico de moda en las cada vez más concurridas redes sociales.

Pero la pregunta frecuente era ¿Y por qué?

La explicación es sencilla y fascinante a la vez... Sucede que las gigantescas nubes de tormenta, cuyas cúspides pueden alzarse entre diez y trece kilometros al nivel del piso, de pronto capturaron los últimos rayos de un sol que ya se iba a dormir... Los cristales de hielo en las alturas, grandes reflectores de la luz, se convirtieron en diminutas lámparas que rescataron de las tinieblas a una ciudad donde la noche ya estaba declarada... Y por fin, cuando el astro rey siguió en su ruta al poniente se apagó el encanto de aquel día con dos ocasos... ¿o quizá dos amaneceres?

Joel Sampayo Climaco, Reportero del Aire...

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