Monterrey. - Están en el negocio de la seguridad, pero su tarea es pasar desapercibidos. Escuchan y observan muchas cosas, pero el silencio es su idioma. Así es la vida del escolta. Aquéllos que dan servicio a los empresarios del estado entrenan por horas y horas a pleno sol. Su preparación es extenuante, pues el resultado de su trabajo incide directamente en el prestigio de ellos y su compañía. Y hoy que la inseguridad pega directamente a la iniciativa privada, la demanda de estos elementos va en aumento. La capacitación En una locación privada, alejados del bullicio, los escoltas se capacitan en tiro, defensa personal y respuesta a situaciones de riesgo. La regla de oro es simple: no entrar en confrontación con el enemigo, sólo inmovilizarlo y resguardar así a su protegido. El arma es el último recurso, pero si tienen que usarla, son letales. Por este motivo todos los aspirantes a escoltas son adiestrados con las técnicas del Judo por instructores con reconocimiento internacional. Antes de salir a proteger a un empresario o familia, pasan meses en entrenamiento. El principal, como se le conoce a la persona a resguardar, también recibe una capacitación. En este negocio nada se deja al azar. Con un mercado en franco ascenso gracias a la inseguridad, los escoltas se han convertido en una necesidad más que en un lujo. La fama de cada uno se gana en base a su perfil, desempeño y, sobre todo, sus antecedentes. Las empresas optan por personas sin pasado policiaco o militar. Sin importar donde se encuentren, siempre están alertas, siempre en silencio. Luis García