Monterrey.- Los habitantes de la comunidad de El Uro, en el sur de Monterrey, se encuentran consternados ante la repentina muerte de la profesora Maru, quien era una persona muy apreciada no sólo por sus familiares y amigos, sino también por quienes la conocían en su vecindario y en el gremio magisterial. "Ella fue maestra, primero de niños choquitos luego ya de preescolar. Luego maestra y luego directora. Le faltaban dos años para jubilarse", comentó la señora Yolanda Cárdenas Del Prado. María Eugenia Solís Covarrubias tenía 49 años de edad. Dejó cinco hijos varones: el más pequeño de apenas cinco años y el mayor de aproximadamente 30. Éste último tuvo que trasladarse desde Colombia, donde radica desde hace algunos años tras concluir su carrera profesional. La maestra Maru siempre se caracterizó por ser muy entregada a su trabajo. Fue descrita como una persona responsable y siempre tendiente a superarse dentro de su campo laboral. "Demasiado profesional. Quería llevar todas las cosas ordenadas. Era muy ordenada en sus cosas y en su vida", declaró Cárdenas Del Prado, quien radica en El Uro. Los restos de la profesora son velados en una funeraria ubicada en la avenida Camino Real, en El Uro, donde se han dado cita muchos maestros y maestras para darle el último adiós. Las personas describen estos momentos como desastrosos, pues nunca imaginaron que una persona buena como Maru terminaría de esta forma tan repentina y trágica. "Pues es una tristeza mucho muy grande, pero vamos a confiar en que van a tener que ayudar a estos cinco hijos que se quedan", aseveró la persona entrevistada. Solís Covarrubias perdió la vida la tarde del martes al estrellar su camioneta contra la caseta de vigilancia de una quinta campestre ubicada en la Carretera Nacional, a la altura de El Barro. Iba acompañada por uno de sus hijos, de 17 años, a quien trasladaba a la preparatoria y resultó lesionado. Se presume que un cerrón de otro vehículo la hizo perder el control y proyectarse, aunque las autoridades no descartan una falla mecánica de la camioneta. Agustín Martínez